viernes, 28 de octubre de 2011

prologo de los demasialos libros por José Emilio Pacheco

Gabriel Zaid es un caso insólito: un poeta y un ensayista que es también un
ingeniero industrial experto en mercadotecnia y en problemas de eficiencia, capaz por
consiguiente de observar el mundo de las letras desde la perspectiva otorgada por otras
disciplinas.
Hace unos meses, en Leer poesía, Zaid desacralizó nuestras costumbres de
lectura. Hoy, en Los demasiados libros (Cuadernos Latinoamericanos, Ediciones Carlos
Lohlé, Buenos Aires México), comete otra herejía liberadora: introduce el sentido práctico
en un recinto que, se quiera o no, es parte del mercado más que zona sagrada de la
cultura. Su nueva obra podría tener el subtítulo balzaciano de "Las ilusiones perdidas",
pero con el tiempo se verá que fue la mejor contribución de México al 1972 como Año
Internacional del Libro.
La vida es corta, los libros infinitos. El propósito de Zaid es curarnos de varios
convencionalismos ampliamente aceptados, entre ellos:
–Que los medios audiovisuales han superado tecnológicamente al libro.
–Que el libro es bueno y la televisión es mala.
–Que la TV ha crecido a costa del libro.
–Que los libros son caros y por eso no llegan a las masas.
–Que para bajar los precios es necesario aumentar tirajes.
–Que la única manera de ser culto es leerlo todo.
El hecho central para entender las realidades económicas, sociales y
operacionales del libro es que cada minuto se publica uno en algún lugar de la Tierra.
Medio millón de títulos al año: cerca de veinte mil en Hispanoamérica. El exceso de libros
oprime a la humanidad y puede encender la cólera divina, pero más allá de este fin
apocalíptico nada justifica a los falsos profetas que anuncian la desaparición del libro: sus
ventajas tecnológicas son abrumadoras:
(1) A diferencia de las pianolas, fonógrafos, grabadoras, proyectores de cine,
aparatos de radio, televisión, videocintas, terminales de computadora, télex, teléfonos,
telégrafos, que exigen una "lectura líneal" para seguir lo que sale de ellos, un libro puede
ser hojeado, adelantado, retrocedido o detenido sin ningún problema. En él se busca y se
encuentra más fácilmente.
(2) Todas estas operaciones –volver atrás, releer, detenerse, saltar sobre lo
que no interesa– son mecánicamente imposibles en los nuevos medios que imponen su
paso al "lector", mientras el libro se lee al ritmo que éste le marca.
(3) Los libros son portátiles. No requieren de una fuente alimentadora. No
invaden la esfera perceptiva del vecino. Podemos leerlos dondequiera, de pie, sentados,
acostados.
(4) El espectador de cine o de TV tiene que someter su agenda a la
programación. El libro se pliega a la agenda del lector. No pide cita previa. Está disponible
donde y cuando quiera.
(5) Los libros son baratos: es relativamente fácil su propiedad y hasta su
edición privadas. No tienen anuncios ni subsidios. Pueden usarse mil veces. Aun los
países pobres son culpables de miopía al no contemplar más horizonte que su propiedad
privada. Hay cines de barrio, pero a nadie se le ha ocurrido instalar bibliotecas "de piojito".
(6) Precisamente por ser más baratos y justificarse para públicos restringidos,
los libros permiten mayor variedad. No se puede tener un canal de televisión para tres mil
personas, sí hacer un libro para ellas. Todo esto origina la infinidad de libros que nos
cercan por todas partes.
El gran acierto de Zaid es la virtud del poeta: decir, lo que oscuramente hablamos
intuido sin alcanzar a formularlo en palabras. Zaid nos instruye también sobre el costo de
leer, hecho de tres factores: el libro, el espacio necesario, el tiempo invertido. De donde
concluye que la lectura es un lujo de pobres: a medida que aumentan los ingresos se
justifica más y más ser inculto. Hay un desperdicio monstruoso en gastar miles de
millones en enseñarnos a leer y luego ahorrar en el dinero que se debe invertir en
bibliotecas públicas.
La explosión bibliográfica. El ensayo que da título al volumen resulta a un tiempo el
más grave y el más leve de todos, el planteamiento humorístico de lo que podemos
llamar el laberinto de los libros. Una vez adquiridos, lo mejor que podemos hacer con
ellos es leerlos. Sin embargo. como decía José Gaos “Toda biblioteca personal es un
proyecto de lectura”. Y Zaid añade: tener a la vista libros no leídos es un fraude a las
visitas.
Toda biblioteca privada es hoy una sala de trofeos: La montaña mágica hace las
veces de una pata de elefante. Ni siquiera queda el consuelo de legarla a nuestros hijos:
no les servirá de nada porque los libros envejecen vertiginosamente; sus gustos serán
distintos, sus espacios mucho más reducidos. Ahora, cuando casi todo mundo en los
países avanzados puede no solamente leer y escribir sino incluso publicar aun antes de
aprender a leer y a escribir, se editan 500,000 títulos contra 250,000 en 1950, el libro
crece cuatro o cinco veces más que la televisión, la explosión bibliográfica es más fuerte
que la demográfica, a pesar de las grandes esperanzas puestas en la TV para acabar con
ambas.
A libro por semana, se requieren treinta años para leer lo que se publica en un solo
día. ¿Qué remedio nos queda? Ser ignorantes a sabiendas, ignorantes inteligentes: hacer
que la medida de la lectura no sea el número de libros leídos sino el estado en que nos
deja:
"¿Qué demonios importa si uno es culto, está al día o ha leído todos los libros? Lo
que importa es cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa, después de leer. Si la calle y
las nubes y la existencia de los otros tienen algo que decirnos. Si leer nos hace,
físicamente, más reales".
Librerías y difusión. Ante la importancia y la novedad de las ideas que maneja
Zaid, uno quisiera resumirlas todas para que llegaran a ser discutidas y aprovechadas por
un público más amplio. Cuando menos hay que citar algunas otras. Zaid considera que la
multiplicación de títulos, el. desarrollo del especialismo, el cambio de escala urbana, no
pueden ser atendidos con el modelo único de la librería general. Para organizarlas en
función del lector, propone:
(1) La librería enciclopédica con más de cien mil títulos: una por cada ciudad de
varios millones de habitantes.
(2) La librería monográfica, exhaustiva pero con respecto a un solo tema: leyes,
medicina, literatura, etc.
(3) La librería periódico dotada de unos cuántos libros de interés general
publicados en los últimos seis meses.
Zaid pasa a enfrentarse polémicamente a las “verdades comunes” de la industria
editorial, según las cuales el libro es el primero y el más noble de los medios de
comunicación que surge en la historia; su influencia es enorme porque en él se extiende y
comunica la cultura; no se difunde más porque es caro, un lujo para las masas
subalimentadas, analfabetas o sin estudios de nuestros países; de todo ello son
responsables los gobiernos que no apoyan decididamente a la industria del libro. Zaid,
por el contrario piensa que:
(I) El libro no es un medio de masas, debido al crecimiento “explosivo” de la
especialización de temas y tratamientos que permite.
(II) Su influencia directa es muy limitada.
(III) No se difunde más porque las masas con estudios universitarios no leen.
(IV) De lo cual son principales responsables las universidades que dan cursos y
títulos pero no enseñan a leer.
(V)
Que publicar en cualquier ciudad de habla española no sea como publicar
simultáneamente en todas, no sólo es un absurdo en el orden de la comunicación
cultural: es un absurdo industrial y un desperdicio de oportunidades de integración
económica. No puede hablarse de comunicación de masas cuando los tirajes normales –
que tardan años en agotarse o se quedan en bodega– son de dos o tres mil ejemplares
en una de las zonas lingüísticas más pobladas del planeta.
Vender decenas de miles sería multiplicar por diez el presente mercado normal. En
el mundo de habla española hay un millón de personas económicamente activas con
estudios universitarios –cifra escalofriante si se considera que lo pueblan cerca de
trescientos millones. Por mal pagados que estén, pertenecen en términos económicos a
la capa superior de la población. Y si esta gente no compra libros, si sólo da mercado
para tres mil ejemplares de cada título ¿para qué hablar de masas, analfabetismo, escaso
poder adquisitivo, etc.?
El verdadero problema es que el estrato privilegiado que ha hecho estudios
universitarios no lee: nunca le ha dado el golpe a la lectura, nunca ha llegado a saber
realmente lo que es leer. Tales “masas” de privilegiados forman la gran barrera contra la
difusión del libro. Esto, que sepamos, nadie lo había hecho antes de Zaid.
Mortificación de la soberbia. Este libro suscitado por el exceso de libros termina
con un estudio técnico que difundido privadamente revolucionó a la industria editorial
mexicana: “Precio y tiraje óptimo de libros”. Zaid demuestra en términos irrefutables que
vale más para todos hacer una primera edición de pocos ejemplares y reimprimirla
fotoeléctricamente que exponerse a grandes costos de almacenaje. Para bajar los
precios, no hay que empezar tirando miles de copias de más a la bodega: hay que
empezar precisamente por bajar los precios...
Esta es la parte de Los demasiados libros que se vuelve el peor cilicio para los
autores (quienes pese a todo seguirán escribiendo). La invendibilidad de los libros es muy
grande. Su mortalidad muy aguda: los libros suelen tener un cielo de vida de apenas unos
cuantos años. Llegará un día en que todos los habitantes de este planeta sólo cabrán de
pie. Sin embargo, el aumento no llega a cien millones de hombres por año: diez veces
menos que la producción mundial de ejemplares de libros:
"¿Qué sobrepoblación amenaza más a la humanidad? ¿Qué paternidad es más
irresponsable? ¿La del que quiere perpetuar su nombre en hijos o en libros?
Hasta la más altiva y justificada de las soberbias literarias queda hecha polvo ante
esta admonición bíblica de un autor a todos los autores:
"Tu libro es una brizna del papel que se arremolina en las calles, que contamina
las ciudades, que sopla sobre el planeta. Es celulosa y en celulosa se convertirá".
La Cultura en México, 21 de febrero de 1973

No hay comentarios:

Publicar un comentario